El primero traicionó el proyecto de su jefe Juan Velasco Alvarado; el segundo al pensamiento inicial de Haya de la Torre. Aquél frustró la puesta al día del Perú en el siglo XX, éste negó dos veces a sus electores. Ambos tienen sangre en las manos. Es casi redundante mencionarlos, aunque memoria obliga: Francisco Morales Bermúdez, dictador (1975-1980), Alan García, corruptor público contumaz.
Hay quienes dicen que cuando Pablo Macera fue historiador, definió al general borrachín como un felón, alguien que comete felonías, traiciones. El futuro biógrafo de García, bailarín de reagetón electoral, no podrá negar que con sus gobiernos, emputeció política y democracia. Estudiosos de ambas trayectorias opinan que por culpa de gobernantes como ellos la educación peruana ocupa hoy el penúltimo lugar en América. En previsión, sostienen, el acceso a la ciudadanía debería otorgarse a los 25 años, pues al paso que van los infantes de hoy, electores inmaduros de mañana, podrían votar por Agustín Mantilla en el 2011.
Pero vayamos al tema que nos interesa: el respaldo del ahora presidente al otrora dictador, ante la declaración de una jueza italiana que investiga su responsabilidad y la de su ministro del Interior, Pedro Richter Prada, en la desaparición y asesinato de tres ciudadanos argentinos, ocurrido en Lima en junio de 1980.
Pésimo abogado habría sido García si alguna vez hubiera ejercido. De entrada argumentó que el Perú tenía una "deuda de honor con el general que nos devolvió la democracia". Agregó que la jueza italiana "exageraba sus criterios de justicia y posiblemente buscaba ganarse titulares en el mundo".
Expresiones de baja política las suyas, carentes de argumentación jurídica. Para comenzar, Morales Bermúdez no nos devolvió nada. La democracia fue recuperada gracias a la resistencia y las movilizaciones populares, exactamente desde aquél paro general de 1977. Que la jueza "exagera" sus criterios de justicia, sólo puede pensarlo un abogado de Azángaro, alguien de ética gelatinosa, para quien la ley se alarga o encoge según el encausado sea un obrero o el general Morales Bermúdez, un campesino o el almirante Giampietri, una madre de La Cantuta o Rafael Rey.
¿Se imaginan a García alegando ante un tribunal que no debemos "exagerar" en el cumplimiento de las leyes? ¿Qué haría un juez si para refutarlo ese picapleitos lo acusara de querer figurar en los titulares de los diarios?
Pérfidos y felones
Dicen los juristas que la perfidia consiste en el quebrantamiento de la confianza que un individuo deposita en otro, es la deslealtad del criminal contra su víctima. En derecho penal actuar con perfidia es un agravante, para alguien que aprovecha de la buena fe de una persona a quien se propone estafar, robar o asesinar.
Trasladado ese criterio a la política, Morales Bermúdez y García Pérez encarnan al pérfido. Como dijimos, aquél porque desde agosto de 1975, cuando le dio el golpe al general Velasco, aseguró públicamente que lo hacía para "profundizar la revolución", para llevar de mejor manera los cambios económicos y sociales que había impulsado su jefe y mentor. Hizo exactamente lo contrario.
Lo de García no es difícil recordarlo. Allí lo tenemos desde julio del 2006, miente a todos cada día. A su partido, desde que postuló en su plancha "aprista" a un marino fujimorista; a sus electores, a quienes prometió "el cambio responsable"; a los militares a quienes les ofreció respetar sus instituciones porque temían a Humala. Finalmente, retando a la razón y al sentido común, porque García Pérez quiere que nos acostumbremos a la idea de que en el Perú el delito paga, la impunidad funciona y la traición es generosidad.
Estos son, a mi juicio, los móviles del respaldo que García le ofrece a Morales. Curarse en salud, justificar la felonía y la perfidia con razones de estado. Coronar sus fechorías como un imperativo moral.
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