¿POR QUÉ SE FINANCIA LA EDUCACIÓN ENCOMPETENCIAS?
Por Edgar Isch L.[1]
Nuevamente los proyectos y financiamientos en el área educativa tienen entre sus actores a los organismos multilaterales de crédito. Tenemos razones históricas para dudar cuando banqueros (del BID o el Banco Mundial) se ponen la etiqueta de educadores y, a la vez, sabemos que si el financiamiento viene en forma de deuda externa, lo más seguro es que se trata de imposiciones dentro de un mecanismo general de dominación. Ahora financian la adopción de la educación basada en competencias.
Las definiciones de competencia son múltiples y, por lo general, tan imprecisas y ambiguas, que obligan a observar con atención para descubrir lo que está detrás de ese término.
En una primera interpretación, se reconoce que: "Este término, que surge de la insatisfacción con los constructos psicológicos tradicionales, designa a todo un conjunto de características de las personas que las hace exitosas en la realización de un trabajo”[2]. “Competencias” entonces se liga con los términos de referencia de un puesto laboral, con lo cual podemos decir que lo que se pretende es formar para un empleo específico, algo muy distinto a educar para el trabajo. Las cualidades de un trabajador siempre harán referencia a capacidades humanas y sus potencialidades de desarrollo. Las cualidades de un operario puntual, por el contrario saldrán de aprender a realizar determinados desempeños, lo que se acerca a un robot entrenado. De allí que, sencillamente se considere que en las carreras técnicas no se requieren las humanidades.
Las críticas fueron tantas, que apenas en la última década se procuró que en la competencia se escriba, además de conocimientos, también valores y actitudes, junto con el grado de desempeño esperado en el que-hacer. Claro, alguien podrá decir, por ejemplo, que el trabajador "debe entregar al cliente hamburguesas que cumplan los estándares manteniendo respeto por los gustos de cada uno y sonriendo a todos", pero ello está bien para el empleo en un local de comida rápida y no para la educación. La competencia requerida, por supuesto está bien señalada y, si la empresa determina lo que se requiere, la escuela de cualquier nivel que sea se convertirá en tan solo un centro de domesticación. Desde un punto de vista complementario, para Woodruffe[3], las competencias son: “conjuntos de patrones de conducta, que la persona debe llevar a un cargo para rendir eficientemente en sus tareas y funciones”. Esta definición recuerda a los objetivos conductuales de la pedagogía conductista y ello se confirma al revisar las listas de "competencias generales". Tanto es así, que incluso se retorna al uso mecánico de la taxonomía de objetivos educativos de Benjamín Bloom[4].
Al igual que en el viejo conductismo, en el currículo basado en competencias se acentúa en la importancia de los aprendizajes cognitivos, al insistir en que se trata de “un conocimiento que se aplica”. De esta forma, se da énfasis a visiones pragmáticas que la vida, separadas de los valores humanos que, de una manera formal, pueden estar anotados en la redacción de la competencia. La educación por competencias, tiene un interés fundamental en los “productos” de la acción educativa, antes que en los procesos, lo cual se relaciona con los mecanismos de evaluación estandarizada y demuestra que esta orientación educativa está profundamente distanciada del logro de los grandes fines de la educación, generalmente planteados en las constituciones y leyes de nuestros países. Precisamente los fines de una formación integral van mucho más allá a las de la manera instrumental como se mira la educación desde la perspectiva de las competencias.
Junto al currículum basado en competencias está además la propuesta de educación “emprendedora”, la cual, orientada plenamente por la ideología neoliberal, considera a la educación misma como una empresa y su misión es responder a las necesidades del aparato productivo capitalista. Una perspectiva democrática, por el contrario, cuestionará que “se educa a los estudiantes en la búsqueda de la “utilidad” y de la “profesión”, y esto supone la muerte del saber y del conocimiento"[5].
Una relación entre educación en competencias y el aparato productivo que requiere a su vez ser “competitivo”, concluye poniendo a todo el sistema educativo a disposición de las empresas, destruyendo así el sentido de la educación como un bien común para transformarla en un mecanismo más que garantiza a ciertos productores su permanencia y capacidad de éxito en el mercado. Gimeno Sacristán ya señaló con claridad la gran distancia que existe entre educación y mercado: “El mercado se opone a la educación por la lógica interna de ambos procesos: mientras la finalidad del mercado es la obtención de los máximos beneficios económicos posibles, la educación tiene como función hacer avanzar y diseminar el conocimiento a cuanta más gente mejor. La motivación determinante del mercado es satisfacer los deseos de quienes tienen medios para adquirir bienes, la educación persigue la comprensión del mundo, de la ciencia, etc., sea demandada o no. El mercado vende y compra cosas, la educación requiere a todos para que autónomamente se apropien de aquello que les beneficie y que tiene más duración cuanto mejor sea apropiado. Los criterios de excelencia del funcionamiento del mercado están en lo que se vende, la educación es buena según la profundidad desinteresada de las adquisiciones y los frutos de la educación social, moral, estética”[6]. Una tercera forma de ver a las competencias en educación se ha dicho que es ligarla con él “habitus cultural” del que nos habla Bourdieu. Esto lleva a establecer abiertamente la relación existente entre competencia y el “capital simbólico” de una clase social. Si nuestra educación y las mismas competencias vienen siendo determinadas por Estados que reflejan los intereses de las clases dominantes, es justo decir que las competencias que se promueven son aquellas de interés de las clases dominantes para sostener sus mecanismos productivos basados en la explotación y para lograr cohesión social en torno al pensamiento hegemónico.
Hace unos años, cuando se publicó "La educación encierra un tesoro”, más conocido como “Informe Delors”[7], se plantearon cuatro pilares para la educación: aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a convivir, los que ahora pretenden ser reducidos a competencias. Absurdo que se hace imposible cuando ahora, con ocasión del Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible, se plantea la necesidad de un quinto pilar: aprender a transformarse uno mismo y a cambiar la sociedad[8]. Si las competencias surgieron de la necesidad de formar trabajadores para que cumplan dentro de las condiciones del actual sistema capitalista y asuman el “habitus cultural” de las clases dominantes, resulta absurdo que se promueva una educación para la transformación personal y social. Por ello, cuando hablan de pensamiento crítico como parte del desarrollo de competencias educativas, hay que entender que el mismo está limitado por los márgenes impuestos y que pretende mayor “eficacia” del trabajador dentro de práctica cercanas a las de “calidad total”, pero nunca cuestionándose dos factores fundamentales de transformación, su necesidad y posibilidad actual.
Concluyendo podremos dar respuesta a la pregunta que inicia esta nota, señalando que el impulso y el financiamiento de la educación por competencias responde a otra ala de la aplicación del recetario neoliberal en la educación, además del desconocimiento de las particularidades locales y nacionales que estarían obligadas a subsumir a los intereses empresariales, los cuales son guiados desde las grandes transnacionales sin consideración de los rasgos étnicos y culturales de los países dependientes.
Priorizar las conductas y actuaciones frente a las capacidades relacionadas con el pensamiento o a la transformación social, no puede resolver tampoco los problemas prácticos de la educación referidos a la vivencia misma, en el centro educativo, de un ambiente que desarrolla capacidades humanas y permita cuestionar las vivencias sociales. Si consideramos el tiempo que tiene ya la aplicación de currículos por competencias y los resultados educativos, incluso dentro de los parámetros de las pruebas estandarizadas de gusto neoliberal, tendremos también información de las grandes deficiencias que se generan con este retorno al conductismo. La alternativa, por supuesto, no es pretender artificiosamente construir unas “competencias para transformar la sociedad” porque eso nos llevaría nuevamente al eclecticismo educativo que nos planteaba que no importaban las corrientes ideológicas y pedagógicas sino que, el magisterio de manera individual simplemente debía seleccionar “aquellos que les sea útil”, sin importar de qué corriente provenga.
Al contrario, la alternativa está en volver a politizar la educación, darle un pleno sentido desde los valores humanos y desde las necesidades de transformación social, para lograr que efectivamente la educación contribuya a la emancipación humana y a la emancipación de los países dependientes. La tarea demanda compromiso con el sentido humanizador de la educación y con la potencialidad liberalizadora del conocimiento.
FUENTE:
Tomado de la revista Intercambio
Año 4, N° 2, Mayo de 2011.
Págs. Del 7 al 9
[1] Docente ecuatoriano. Integrante de la Red de Investigadores de la Red SEPA. Ecuador, Abril de 2011.
[2] Vargas Hernández, José, s/f. “Las competencias en el nuevo paradigma de la globalización”. Centro Universitario del Sur. Universidad de Guadalajara
[3] Gimeno Sacristán, José, 1998. “Poderes inestables en educación”. Morata, Madrid, pág.302.
[4] Delors, 1996. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI.
[5] Id. “Las competencias en el nuevo paradigma de la globalización”. Centro Universitario del Sur. Universidad de Guadalajara
[6] Id. “Poderes inestables en educación”. Morata, Madrid, pág.302.
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